Leyenda de la Bufa y el Pastor

Leyenda de la Bufa y el Pastor

Al otro lado de la sierra había una ciudad encantada y oculta. Un poco más abajo, también hechizada, vivía una joven de singular belleza en una cueva. Nunca salía y aunque no se sabe de alguien que la haya visto, de que existió, existió. Cuanto caminante pasaba por las laderas, y peor si era Cerro de la Bufa.

De noche, escuchaba los lastimeros gritos de la mujer que suplicaba que alguien le ayudara. Un día, un pastor decidió rescatar a la bella dama. Era un muchacho arrogante, fuerte y animoso. Al atardecer, un grupo de amigos lo acompañó hasta la planada y al llegar la noche lo dejaron solo. Con paso firme avanzó y llegó a la cueva donde vio a la joven:

¡Qué bella era!

Entonces, ella dijo: “Sé que tú eres el que me ha de liberar de mis sufrimientos. Allá está la ciudad encantada, que será tuya si lo consigues. Solo debes llevarme en brazos hasta la parroquia, ahí desaparecerá el hechizo. El mago que me embrujó tiene un séquito de espíritus que tratarán

de ponerte obstáculos, así que no hagas caso a lo que oigas. No te detengas. No voltees la cabeza, porque…”.

El pastor interrumpió: “Hermosa dama, cualesquiera que sean las tentaciones yo las venceré”. Y tomándola en brazos, inició el descenso. Desde ese momento, ruidos extraños aparecieron y poco a poco se transformaron en gritos de dolor, mientras aparecían escenas de ahorcados y suplicios. El

joven cerraba los ojos, se hacía el sordo, pero luego tropezaba con moribundos que pedían misericordia. Cayéndose y levantándose, seguía. Los espíritus le rozaban la cara con sus largas túnicas y el vaho de sus asquerosas bocas. No, no se detenía. Sus dedos hacían cruces para ahuyentar la horda, pero era en vano. Antes bien, en tropel se agigantaba la persecución. Atrás se oyó un estruendo y el cielo pareció consumirse en una llama. El pastor no pudo contener su curiosidad y volteó. Eso fue su perdición.

Se derrumbó la montaña y se acalló el infernal griterío. La bella mujer se convirtió en una serpiente que arrastrándose fue a postrar su cuerpo en la hosquedad abierta. Y creció y creció hasta transformarse en montaña. En cuanto al pastor, voló por los aires y cuando quiso bajar quedó petrificado.

No lejos, chisporroteaba la ciudad encantada y sus cenizas se esparcían por el espacio. Así nacieron las montañas que ahora se llaman La Bufa y la pequeña que la acompaña El Pastor. (Adaptación de la historia de Juan José Prado.)

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