El diablo en visita

El diablo en visita

Leyendas de Guanajuato
Tal como me lo contaron te lo cuento, amable lector.
Fue en el vecino mineral de San Juan de Rayas, descubierto en el año de 1550, y aún sigue dando las bonanzas de Valenciana. Primeramente, de 1760 a 1815 y posteriormente hasta los tiempos actuales.
El relato trata de un niño de precoz inteligencia y de intachable conducta.
Hijo de rica familia que resolvió enviarlo al seminario con la idea, justa por cierto, de que realizara intensivos estudios. Pasó, pues, nuestro personaje, a la ciudad de Morelia, capital del Estado de Michoacán.
Apresuraremos esta brevísima biografía e imaginémoslo ya ordenado sacerdote y de regreso al hogar paterno, cumpliendo devotamente con todos los deberes de su ministerio.
Pero aquí viene lo raro: sin saber por qué, nuestro personaje, que fue más tarde el meritísimo historiador Don Lucio Marmolejo, se inscribió en el colegio de la Purísima, actualmente Universidad para estudiar la carrera de Derecho.
Naturalmente que dejó la sotana y su porte circunspecto, para lucir la chistera y la levita, prendas masculinas propias de aquellos tiempos.
Terminada la profesión se dedicó empeñoso a la aplicación de las leyes y –¡sorpresa!– descolló en las lides de la política, pues si anteriormente había sido un buen predicador, ahora era un notable orador. Sin embrago, ¿qué es lo que acontecía en el interior de Lucio? ¿Qué luchas había en su espíritu o qué inquietudes dominaban su vida? Lo cierto es que, de pronto, viene en él otro cambio y lo vemos nuevamente en la iglesia de San Juan de Rayas.
Aclaremos que el mineral de Rayas fue descubierto allá por mediados del siglo XVI y que el hallazgo de la veta se debió a un arriero llamada Juan de Raya, y que cuando llegó a su mayor apogeo, pasó a ser propiedad de Sardaneta y Legaspi, tercer Marqués de Rayas, dueño que fue del inmenso tesoro.
Entonces fue cuando se construyó el hermoso templo que lleva el mismo nombre. Templo éste, por cierto, que, víctima de la incuria y el abandono hubiera desaparecido, de no ser porque un grupo de caballeros, ya en nuestros tiempos, costeó el precio para que fachada y torrecilla fueran traslados a esta capital y empotrados en el llamado templo de Pardo, donde son un verdadero recreo para la vista del visitante.
Pero volvamos al relato. Una tarde de ejercicios se presentó en la casa de ejercicios de encierro un sujeto de porte misterioso, inquiriendo por el sacerdote.
Le dijeron que no podían llamarle por hallarse en el retiro de los ejercicios. Empero y ante la tenacidad del visitante, el padre Lucio se vio obligado a recibir al misterioso sujeto que reclamaba su presencia.
Era un hombre corpulento, correctamente vestido, un caballero por lo menos en la apariencia. Dirigiéndose al sacerdote le dijo –he aquí otra sorpresa, quizá la mayor–: Acompáñeme a una fiesta que se da en Guanajuato, habrá baile, bebida, mujeres y toda clase de diversiones. El padre Lucio quedó más que sorprendido, estupefacto, pero rehaciendo el ánimo, contestó: Si para esto usted me mandó llamar, ya puede retirarse, de ningún modo podría yo aceptar esa invitación; y sin más le volvió la espalda.
Como no pudo evitarse que los demás ejercitantes se dieran cuenta de la extraña visita, su sorpresa no tuvo límites al ver que el padre se retiraba, pero no así el extraño personaje, que ante sus ojos se hizo invisible, con la consiguiente sorpresa y temor para todos los presentes.
Más tarde vinieron los comentarios: Era el diablo en persona, decían unos, que quería llevarse al padre Lucio.
Cierto o no, el elegante caballero desapareció ante los ojos atónitos de quienes presenciaron este hecho que se antoja increíble y sobrenatural.

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